Acostumbraban en Zarzosa en el invierno hacer trasnoches, en una casa que no tuviera rebaño, se convenían los vecinos reunirse a pasar parte de la noche, hasta las 11 más o menos. Las reuniones eran muy animadas, unas mujeres tejían, otras cosían y algunos jugaban a la baraja y otras personas contaban cuentos. Se pasaba el rato sin sentirlo, muy feliz. A nosotros nos tocaba en casa del tío Pata, y muy abrigados en el corral, al salir parece que del cielo se salía al infierno, por el terrible frío, y menos mal que la casa estaba cerquita. Se entendía tan bien la gente, que parecía una verdadera hermandad, sencilla, buena y honrada. Y en el verano, como se ayudaban en las cosechas, los que terminaban temprano, con qué desinterés ayudaban a los más rezagados, antes de que cayera alguna de esas tormentas que todo lo arruinaban. Las casas siempre estaban abiertas, y cuando salían de la casa quedaba sola, el que salía último dejaba la llave en la ventana, y si no había ventana, en la gatera, y así el que llegaba la encontraba.(Alrededor del año 1898, en "Memorias de un setentón" Lázaro García Merino, desde Santiago de Chile
Acostumbraban en Zarzosa en el invierno hacer trasnoches, en una casa que no tuviera rebaño, se convenían los vecinos reunirse a pasar parte de la noche, hasta las 11 más o menos. Las reuniones eran muy animadas, unas mujeres tejían, otras cosían y algunos jugaban a la baraja y otras personas contaban cuentos. Se pasaba el rato sin sentirlo, muy feliz. A nosotros nos tocaba en casa del tío Pata, y muy abrigados en el corral, al salir parece que del cielo se salía al infierno, por el terrible frío, y menos mal que la casa estaba cerquita. Se entendía tan bien la gente, que parecía una verdadera hermandad, sencilla, buena y honrada. Y en el verano, como se ayudaban en las cosechas, los que terminaban temprano, con qué desinterés ayudaban a los más rezagados, antes de que cayera alguna de esas tormentas que todo lo arruinaban. Las casas siempre estaban abiertas, y cuando salían de la casa quedaba sola, el que salía último dejaba la llave en la ventana, y si no había ventana, en la gatera, y así el que llegaba la encontraba.(Alrededor del año 1898, en "Memorias de un setentón" Lázaro García Merino, desde Santiago de Chile
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